"El profesional debe trabajar en un triple nivel:
a) Científico: sirviéndose de sus conocimientos y utilizando los mejores medios técnicos a su alcance.
b) Humano: Su asistencia no puede reducirse a la dimensión técnica y profesional. Debe atender al paciente en toda la complejidad del ser humano, pues es toda la persona la que sufre, y a veces más profundamente que por la sola enfermedad física. Además, quien sufre no busca sólo al especialista, capaz de curar sus males físicos, sino también, y a veces más, al ser humano capaz de comprender su situación interior y de animarle.
Hay que vencer el peligro de considerar al enfermo como un número, un caso, un expediente. Se trata más de atender enfermos que de curar enfermedades.
Se requiere comprensión, paciencia, delicadeza... ¡amor! Aceptar con paciencia sus impaciencias, sonreírle, darle cariño y comprensión (por encima de otras terapias). El cuidado por la salud integral del individuo implica atención no sólo a los problemas médicos, sino también a todas las ansias, a los interrogantes y a las expectativas por los que siempre se siente «tocado» el hombre que sufre.
Nunca reducir al enfermo a un número de la Seguridad Social, a una burocracia, a unas prácticas, nunca tratarle con prisas.
«Sentís el deber de realizar vuestro trabajo como verdadero servicio, de hermano a hermano. Sabéis bien que quien sufre no sólo busca un alivio a sus dolencias o limitaciones, sino también al hermano, capaz de comprender su estado de ánimo y ayudarle a aceptarse a sí mismo y superarse en su vida diaria. » Juan Pablo II: 19-08-89)
e) Espiritual: El espíritu humano, por su naturaleza, tiende a la dimensión religiosa, que se hace más viva en el momento del sufrimiento. Es el momento de descubrirle el sentido cristiano del dolor, ayudándole a aceptarlo. De abrir, delicada pero claramente, la perspectiva del Misterio Pascual, para que el enfermo pueda participar en él.
De prepararle para que reciba la fuerza que necesita con la oración y los Sacramentos, especialmente la Confesión, la Eucaristía y la Unción de enfermos. Muchas veces es ocasión única (¡a veces última!) de encontrar a Dios.
Si el que atiende al enfermo tiene fe, comprenderá que no puede limitarse a un mero «ejercicio profesional», sino que su actividad debe ser mucho más profunda: ser colaborador con Dios en devolver:
- la salud al cuerpo enfermo,
- la serenidad interior a la persona atribulada,
- la paz y la alegría al espíritu.
En este sentido, la profesión médica trasciende los límites de la simple técnica y alcanza la dignidad de una verdadera misión. Esto requerirá testimonio de su vida personal, abnegación y siempre amor."
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